miércoles, 31 de diciembre de 2008

Saint Hildegard von Bingen



Artículo publicado en http://www.clasicamexico.com/, el 10 de noviembre de 2008.

Saint Hildegard von Bingen:
“Mujer, médica, científica, pintora, música,
monja y mística del siglo XII”

Uno de los temas que me es indispensable abordar, por muchas razones, es la vida y obra de Saint Hildegard von Bingen, una excepcional mujer, monja de la Orden Benedictina que destacó en todas las ramas de la ciencia y del arte en una época bastante controvertida en cuanto al papel de la mujer en la sociedad y sobre todo en el ámbito eclesial. Es por eso que en esta ocasión haremos un muy breve recorrido de su vida, su contexto social y cultural, sus obras y sobre todo su legado en las diversas ramas del arte. En realidad me es muy difícil hablar de esta Monja alemana en unas pocas líneas pero vale la pena conocerla aunque sea de forma muy somera. Comencemos.

Hildegard von Bingen nació el año 1098 en el seno de una familia noble que vivía en el valle del río Rhin, en Bermersheim, Alemania. Por ser la décima y última hija, fue considerada como el diezmo para Dios por lo que a los catorce años fue entregada al monasterio de Disibodenberg que, a pesar de ser un monasterio masculino, acogió en un anexo, un grupo de mujeres bajo la dirección de Jutta de Sponheim. Con el tiempo este anexo se fue transformando en un pequeño monasterio por el creciente número de jóvenes que se les fueron agregando. Sería muy complejo redactar la instrucción, formación y el tipo de vida que tuvo Hildegard en aquellos primeros años pero básicamente se las instruía en el latín, Sagrada Escritura, Lectio Divina y algunos oficios propios de la mujer del siglo XII. Al parecer, desde muy niña Hildegard tuvo visiones que ella misma describía como “una gran luz en la que se presentan imágenes formas y colores y que además iban acompañados de una voz que explicaba lo que veía, y en algunos casos también escuchaba música”.

El año 1136 fue decisivo para la vida de la monja. Ese año murió Jutta y Hildegard, a pesar de su corta edad, fue elegida por las monjas como Abadesa, cargo que ejerció hasta su muerte. Desde 1141 los episodios de visiones fueron más frecuentes e intensos y es a partir de aquí que Hildegard comienza a escribir. Su primera obra se llama “Sci vías”, es decir “Conoce los caminos” (normalmente encontramos estas dos palabras latinas unidas entre sí: “Scivias”). Llama mucho la atención (sobre todo si tomamos en cuenta la mentalidad “machista” de la época) que Hildegard tomó como secretario y amanuense a un monje llamado Wolmar, además de una colaboradora llamada Ricardis de Stade. Como era de esperarse la Iglesia no tardó en tomar cartas en el asunto y en 1148 un comité de teólogos, a petición del Papa Eugenio III estudió y más tarde aprobó los textos de “Sci vías” y hasta el mismo Pontífice leería públicamente algunos trozos durante el Sínodo de Trier. Después de dicha aprobación envió una carta a Hildegard pidiéndole que continuara escribiendo sus visiones. A partir de este momento la Monja comienza una intensa actividad literaria además de mantener relaciones epistolares con múltiples personalidades tanto políticas como eclesiásticas. Todo un acontecimiento para la época. Su fama comenzó a extenderse hasta ser conocida como la “Sibila del Rhin”. La gente la buscaba para escuchar sus palabras llenas de sabiduría.

En el mismo año de 1148, después de una visión, Hildegard decide hacer la fundación de un nuevo monasterio en Rupertsberg para trasladar allí su numerosa comunidad. Esta decisión no agradó mucho a los monjes de Disibodenberg pero finalmente en 1150, tras un duro estira y afloja, logran emanciparse del monasterio masculino y trasladarse al nuevo recinto. Habiendo concluido “Sci vías”, Hildegard se dedicó de lleno a sus monjas pero también y sobretodo al estudio de la física, las matemáticas y la música, disciplinas que en ese tiempo estaban estrechamente asociadas. Así en 1158 pudo terminar una colección de cantos, expresamente compuestos para sus monjas, que tituló “Symphonia armoniae celestium revelationum”. Esta colección consta de setenta y ocho obras (hasta donde llegan por ahora las investigaciones y descubrimientos) distribuidas de la siguiente forma: 43 antífonas, 18 responsorios, 4 himnos, 7 secuencias, 2 sinfonías (aquéllas del s. XII), 1 aleluya, 1 kyrie, 1 pieza suelta y 1 oratorio que, aunque el oratorio surgió como tal en el siglo XVII, es fascinante ver cómo la Monja va a la vanguardia y hasta se adelanta a su época. Una obra que llama siempre la atención de músicos y musicólogos es su ‘Auto Sacramental’ musicalizado, llamado “Ordo Virtutum”, es decir, “El Orden de las virtudes”

La obra de Hildegard von Bingen es tan vasta que no podremos abarcarla toda en un solo artículo. Conformémonos, pues, con mencionar algunas de sus más grandes aportaciones en todos los campos:
- De sus obras religiosas destacan tres (de carácter teológico), que son “Sci vias”, “Liber Vital Meritorum” y el “Liber Divinorum Operum” que versa sobre cosmología, antropología y teodicea.
- De las obras de carácter científico sobresalen “Liber Simplicis Mediciane” o “Physica” que trata sobre las propiedad curativas de las plantas, el origen de las enfermedades y su tratamiento.
- Y una de sus obras más destacadas es “Lengua Ignota” que fue escrita en una lengua artificial, creada por ella misma, la primera en la historia.
Además, Hildegard no dejó de sorprender y admirar a sus contemporáneos al dedicar un tiempo bastante considerable a la predicación en iglesias y catedrales, cosa prohibida para la mujer hasta mediados del siglo pasado. ¡Admirable!...

También es sabido que esta Monja fue una gran sabia en el campo de la medicina. Su experiencia como Abadesa la había acercado lo suficiente a sus monjas como para poder estudiar las ciencias naturales, la anatomía y hasta la medicina psicosomática. Ella siempre buscaba establecer relaciones entre lo producido por la naturaleza y los seres humanos, cuyo equilibrio y salud le importaban en primer término. Sus aportaciones en este campo han llegado hasta nuestros días y una de sus obras “Causae et curae”, que podríamos traducir como “Las causas y las curaciones”, se ha publicado en algunos tratados de medicina.
Hildegard se adelanta, por así decirlo a la homeopatía, a las flores de Bach y a otras manifestaciones medicinales. No deja de causar gracia la ingenuidad de sus hipótesis y planteamientos, a la vez que sorprende la profundidad de sus observaciones e investigaciones. Les transcribo a continuación un párrafo tomado de algunos escritos de la monja:
“La nuez moscada tiene gran calor y un buen equilibrio en sus poderes. Si una persona come nuez moscada se le abre el corazón, purifica su percepción y mejora su ánimo. Toma nuez moscada, una cantidad equivalente en peso de canela y un poco de clavo de olor… Calmará así toda la amargura de tu corazón y del espíritu, se te abrirá el corazón y los sentidos embotados y se te alegrará el espíritu…”

Y no sólo las plantas centraban su atención investigadora. Los elementos de la naturaleza también ocuparon grandes espacios en sus escritos. Tenemos el siguiente ejemplo:
“El diamante es cálido. Nace de algunas montañas de la región del sur que son, por así decirlo, resinosas y como cristalinas, y por eso mismo surge cierta materia cristalina sólida y pura, como un corazón de gran fortaleza. Y porque es fuerte y dura, antes de crecer se separa de la montaña en la que se hallaba y así cae al agua en la forma y tamaño de un crisolito…”; “Hay algunos hombres que son maliciosos por su naturaleza… pongan un diamante en su boca; su poder es tal y tanta es su fuerza, que extinguirá la malignidad y el mal que hay en ellos. Pero también quien padece delirios o es mentiroso o bien iracundo, tenga siempre la piedra en su boca, porque gracias a su poder tales males se alejarán de él… (convendría probar este método con algunos personajes de nuestro tiempo, ¿verdad?). Y quien está afectado por la parálisis o tiene apoplejía… ponga el diamante en agua o en vino durante todo un día y después beba dicho líquido…” ¡Verdaderamente encantador!
Se sabe que Hildegard también fue pintora, aunque muchos de sus obras fueron sólo bosquejadas por ella y concluidas por alguno de sus colaboradores. Aún así no dejan de perder originalidad. Todas se refieren a las visiones que ella tenía que, sin perder el conocimiento y ninguna de sus facultades, las iba narrando a su secretario, al tiempo que ella hacía algunos trazos. Son pinturas al parecer raras, pero que, para poderlas entender, hay que conocer el contexto de las mismas y leer las narraciones y explicaciones que dejó escritas con respecto a ellas, además que se necesita un conocimiento amplio de la Sagrada Escritura.

Otro aspecto importante de la vida de St. Hildegard von Bingen es su correspondencia. Ésta es copiosa y desafortunadamente no está enteramente editada aún. Las cartas más famosas son las que intercambió con otra Abadesa, la de las Canonesas de Andernach. Me permito ampliar un poco este punto porque me parece importante para darse una idea de la mentalidad de St. Hildegard. La abadesa de las Canonesas había cuestionado el criterio de Hildegard en cuanto a admitir en el monasterio tan sólo a jóvenes de la nobleza o que fueran instruidas, y también el uso de determinadas vestimentas y joyas de sus monjas en ciertas ocasiones. La abadesa responde a las críticas, en una carta de la que a continuación extraigo algunas líneas:
“… ¿Y qué hombre reúne todo su ganado, es decir, bueyes, asnos, ovejas, cabras, en un solo establo, de manera tal que no contiendan entre sí? Por eso también debe haber discreción en esto, para que las diversas personas reunidas en un solo rebaño no se destruyan por la soberbia de la exaltación ni por la ignominia de la humillación…”
Y en cuanto a las galas y atavíos de las monjas, responde lo siguiente:
”Las vírgenes están unidas a la santidad en el Espíritu Santo y en la aurora de su virginidad… Por lo cual, al ver que su espíritu está consolidado en la urdimbre de su castidad, y considerando también Quién es Aquél a quien se ha unido,… es lícito, que la virgen lleve un vestido blanco, claro símbolo de sus desposorios con Cristo”; y además “Dios ama las obras que tienen su gusto en Él”.

En ése contexto, no deja de sorprender estas posturas que St. Hildegard, en sus cartas defiende a capa y espada, es decir, no admitir aspirantes ignorantes (considerando que ya entonces se decía: “Más vale entrar burro en el cielo que sabio al infierno”), y ataviarse de lujosas vestiduras en algunas solemnidades litúrgicas (pues podrían pecar gravemente de vanidad y lujuria), son muestras claras de su virilidad de carácter y de que el peso de su fama y sabiduría era bastante grande. Aun así, y como para callar las malas lenguas, en 1165 fundó el Monasterio de Eibingen, donde recibió a jóvenes de condición social inferior, “también ellas virginales esposas de Cristo, llamadas a transitar el camino de la perfección evangélica hacia la santidad de Dios”.

Podría extenderme más en otros muchos puntos de la vida de esta ilustre Monja. En 1178, poco antes de morir tuvo que enfrentar una última y dura batalla con las autoridades eclesiásticas por haber tenido el atrevimiento de enterrar a un noble que había muerto excomulgado (en aquellos tiempos enterrar a un excomulgado, hereje, agnóstico, etc. en terreno santo era doblemente condenable). Los prelados pusieron un interdicto al monasterio por el que se prohibía el uso de las campanas, los instrumentos y los cantos en la vida y liturgia de la comunidad. St. Hildegard se defendió enviando una importante carta donde recoge el significado teológico de la música. Por fin en 1179, después de una larga investigación, fue levantado el interdicto. A los pocos meses, el 17 de septiembre de ese mismo año murió Saint Hildegard von Bingen a los 81 años de edad. Cuentan las crónicas (en un tono que suena casi a leyenda) que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.

Entre los años 1180 y 1190 Theoderich, monje de Echternach escribió la “Vita” de Hildegard, recogiendo pasajes autobiográficos y testimonios de las monjas. Se introdujo la causa para su canonización en 1227 y por causas desconocidas nunca hubo tal proclamación. Sin embargo, hubo una canonización práctica al inscribirla en el Martirologio Romano y en 1940 (es decir, más de setecientos años después) se aprobó oficialmente su culto y celebración. Con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió a ella como “profetisa y santa” y hasta dicen que hay propuestas para nombrarla ‘Doctora de la Iglesia’, honor que sólo compartiría con otras tres grandes mujeres: Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Sena y Santa Teresa del Niño Jesús y que están a lado de una treintena de ‘hombres’, ilustres Doctores de la Iglesia.

Los espero en mi siguiente publicación.

miércoles, 27 de agosto de 2008

"El Concierto de Ramallah"


El pasado 22 de agosto celebramos el 3er. Aniversario de un acontecimiento que, al parecer, no tuvo mayor trascendencia en el ámbito político y religioso y que, para muchos, ha pasado inadvertido. En esa fecha memorable del año 2005 Daniel Barenboim y la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente fundada por él mismo interpretaron un concierto en Ramallah, territorio de Palestina, con el fin de hacer un llamado a la paz en el territorio que, para varias confesiones monoteístas, es Tierra Santa. Tal vez éste no sea el espacio más apropiado para hablar sobre temas tan difíciles como son los conflictos en esa parte de nuestro mundo pero más que politizar el tema quisiera, desde mi trinchera monacal, hacer un llamado a todos los hombres “de buena voluntad” a sumarnos a éste y todos los esfuerzos que se hacen para lograr la paz y la armonía entre todos y en todos los lugares en que nos encontremos.

¿Qué es el Concierto de Ramallah? y ¿por qué fue, a mi parecer, un acontecimiento tan importante y trascendente? Tomemos el agua desde el pozo. Daniel Barenboim, conocido por todos nosotros, es un gran pianista y director de orquesta, israelí, que como acabo de decir fue el fundador de la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente junto con Edward Said, palestino y amigo entrañable del músico. La idea de esta fundación la concibieron estos dos artistas e intelectuales en 1998 con el objeto de combinar el estudio y el desarrollo musical con el conocimiento y la comprensión compartidos entre personas de culturas que, desde tiempos inmemoriales, han sido antagónicas y rivales: israelíes y árabes. Para muchos de nosotros es difícil comprender hasta el fondo la audacia de Barenboim y Said al llevar a cabo esta iniciativa tan temeraria porque en realidad no vivimos en carne propia esta difícil situación. Pero a mi parecer ellos nos dan un ejemplo sublime de amistad, de diálogo y convivencia aun a pesar de las tendencias políticas, religiosas y sociales. En realidad esta Fundación no es sólo un proyecto musical sino también un foro de diálogo y reflexión sobre el eterno problema entre Israel y Palestina. Barenboim y Said lograron agrupar jóvenes artistas en idéntico número de israelíes y árabes (aunque más tarde se les unieron un número considerable de igualmente jóvenes músicos andaluces) que supieron superar sus diferencias culturales políticas y religiosas y que además nos dan un excelente ejemplo de democracia y vida civilizada. Imaginemos israelíes y palestinos conviviendo juntos, desarrollando sus propias aptitudes musicales en un entorno pacífico..., es como haber alcanzado la realización de una utopía, ¿verdad? Aunque la música obviamente no resuelve el conflicto árabe-israelí, sin embargo desempeña el papel más importante del proyecto porque reúne a personas con diferencias muy marcadas y les permite conocerse entre sí, dialogar y ofrecer sus propios puntos de vista y sobre todo hablar todos un solo idioma: la música. Este lenguaje, lo repito, no va a resolver dichos conflictos militares pero sí nos ofrece la forma más universal que podemos tener en este mundo, al parecer tan caótico, para comunicarnos.

Barenboim y Said tuvieron que afrontar muchas dificultades para lograr que el proyecto pudiera realizarse. A pesar de todo, poco a poco lograron atraer la mirada (y los oídos) del mundo entero, sobre todo en Europa y en los países del mundo árabe. Su lugar de residencia está en Sevilla, España, donde cada verano Barenboim reúne su joven orquesta para llevar a cabo un plan bastante intenso de estudio, trabajo y presentaciones. Han recibido ya muchos premios y reconocimientos en todo el mundo. Desafortunadamente, en el año 2003 Edward Said murió, víctima de Leucemia. Suponemos que para Daniel Barenboim fue un duro golpe no sólo por la pérdida de su compañero en este difícil proyecto, sino por la separación del amigo más íntimo y uno de los puntos de referencia más importante de su vida. Sin embargo, y a pesar de todo, el proyecto siguió adelante. Los objetivos estaban claros y su camino bien definido: Barenboim no es un político (y siempre hace hincapié en esta cuestión: él dice que la política no le importa en lo más mínimo), pero tiene la certeza de que algo, aunque sea un poco, se puede conseguir por medio de la música: la humanidad y el reconocimiento del otro como ser humano con la misma dignidad y los mismos derechos. Nada más cercano al Evangelio cristiano que esta actitud llena de una sabiduría poco común en los hombres de nuestro tiempo…

Después de innumerables conciertos en diferentes partes del mundo, Daniel Barenboim concibió la idea de presentar un concierto en Ramallah, una ciudad palestina ubicada en la margen izquierda del río Jordán, junto a Gaza. Esta controvertida ciudad fue fundada en 1948 y ha sufrido continuamente los ataques y las represiones de los israelíes. Es muy duro reconocer que poco o casi nada saben los israelíes de los palestinos y viceversa pero los mismos músicos, al llegar a la Orquesta del Diván se dieron cuenta de que su legado cultural y muchas de sus cuestiones sociales no son tan diferentes como las suponían, sobre todo por su cercanía geográfica. La idea parecía descabellada e imposible. Podríamos decir que muchos de estos jóvenes músicos perdieron el sueño ante semejante propuesta: por un lado los israelíes nunca habían imaginado pisar territorio palestino y salir vivos de allí; por otro lado los palestinos temían el rechazo de las autoridades y del pueblo en general para la ejecución del concierto además de que cabía la posibilidad de algún atentado. Entre ellos se había logrado una armonía nunca antes vista. Llegar a conocer y convivir con un israelí era para un palestino, un sirio, un libanés, un egipcio, un árabe una experiencia insólita, increíble y jamás antes vista pero el amor a la música había hecho superar todas las barreras humanas construidas sobre la base de la ignorancia, la intolerancia y el egoísmo. Sin embargo la armonía se vivía prácticamente sólo entre ellos o por lo menos prevalecía el clima de respeto y aceptación. Era evidente que, entre esa armonía y respeto y la realización del concierto en un contexto bélico, se abría un abismo prácticamente infranqueable. Aun así Barenboim se dio a la tarea de hacer realidad este sueño… y lo logró. El gobierno español facilitó en gran medida los trámites para su ingreso en Cisjordania proporcionando a cada músico un pasaporte diplomático, por tener la orquesta su sede en Sevilla. El mismo Barenboim, refiriéndose a estas diligencias, afirmaba: “Créanme, la logística de este concierto merece que se escriba un libro sobre ella”. Hubo que dividir a la Orquesta en varios grupos y planear las escalas que cada grupo haría por la seguridad de cada uno. Está por demás decir que el reencuentro en Ramallah estuvo cargado de emoción y lágrimas. Tuvieron oportunidad de hacer un único ensayo, previo al concierto, eso sí, vigilado por tropas provistas con armas semiautomáticas aunque, entre los músicos la atmósfera era de relajación y entusiasmo. Tenemos el testimonio de uno de los músicos que se expresaba así al concluir el ensayo: “Es increíblemente emocionante estar aquí. Desde el primer momento la idea de la orquesta era tocar en los países árabes y espero que ahora desarrollará todo su potencial; y tengo la esperanza de que lleguemos a tocar en Israel. Hace falta un gran valor para que los israelíes vengan a Ramallah y vean finalmente la realidad de cómo viven los palestinos. Es un gesto muy poderoso y simbólico”.

El concierto se llevó a cabo en el Palacio Cultural de Ramallah; el programa: La sinfonía concertante de W. A. Mozart y la Quinta Sinfonía de L. v. Beethoven. La ovación en pie duró más de cinco minutos, sin contar los numerosos aplausos que vinieron después de cada una de las intervenciones por parte de las autoridades palestinas y del mismo Barenboim que, lleno de emoción, dijo: “nuestra creencia es que los destinos de estos dos pueblos, Israel y Palestina, están indisociablemente unidos… o nos matamos todos unos a otros o compartimos lo que hay que compartir. Éste es el mensaje que hemos venido a traer aquí.” Y tras estas palabras interpretaron Nimrod de las Variaciones Enigma de E. Elgar a modo de propina y como mensaje final de paz.

Terminado el concierto los músicos, sobre todo los israelíes tuvieron que dejar el lugar casi intempestivamente. Las autoridades les apremiaban para que lo antes posible salieran de territorio palestino por cuestiones de seguridad. No por eso dejaron a un lado las lágrimas y las profundas emociones. El sueño de todos era ahora una realidad: habían podido ofrecer un concierto en Palestina al mismo tiempo que expresaban por la música sus más hondas aspiraciones de hermandad y solidaridad.

A solo tres años de este acontecimiento, la situación bélica parece que no tiene fin. Sin embargo me pareció muy oportuno recordarlo en este espacio precisamente porque, a mi juicio, la música que es verdaderamente para la gloria de Dios, lo es también, como lenguaje universal, para el provecho y la edificación de todos nosotros, hermanos entre sí, sin ninguna distinción en cuanto a valor y dignidad. El mejor culto que se le puede dar a Dios, sea cual fuere la religión que profesemos, es la paz y la armonía entre todos y con todos, creyentes y no creyentes, y qué mejor forma para hacerlo que hablando todos el mismo lenguaje de amor, respeto y libertad que la música nos puede transmitir.

¿Podríamos imaginar algún evento análogo para nuestro querido país tan afectado por la fuerte ola violencia que lo aqueja? Parece otro sueño descabellado e imposible de hacer realidad pero no pierdo la fe ni la esperanza porque está visto que la música es la gran mensajera y portadora de todo aquello que nuestro espíritu tanto anhela…

domingo, 27 de julio de 2008

".. que mi canto seduzca el corazón del hombre..."

Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), músico y compositor mexicano del periodo nacionalista, fue un gran maestro de la "Música Sacra", doctorado en Roma en Órgano, Composición y Canto Gregoriano, buen conocedor de la liturgia católica de su tiempo y un virtuoso en su instrumento (el órgano).
Sin embargo, Miguel Bernal también fue poeta, gran amante de las artes y una persona con un exquisito y fino sentido del humor, hombre hogareño y apasionadamente enamorado de su esposa María Cristina. Entre sus muchos escritos hay uno que me es muy grato porque nos recorre un poco el velo de su intimidad y nos revela la intensidad de su oración. Este “Salmo” lo encontramos publicado en un cuadernillo de villancicos navideños publicados postmortem, en 1995, por su esposa Ma. Cristina:
"Salmo"

Señor, he nacido para cantar tus alabanzas
o he vivido en tu casa como un jilguerillo.

Dejaste caer en mi alma un destello de tu hermosura
y me hiciste artista para que viviese enamorado de Ti.

Por aleluyas de consolación y por misereres de abandono,
por las nieves excelsas de tus dones y por los asfixiantes lodos de mis culpas.

Por doquiera te escucho y te persigo amada Voz de la Belleza increada.

Y voy en pos de Ti como un eco lejano y torpe, dulce y obediente.

En mi pecho arde un secreto anhelo, Señor,
que mi canto sea agradable a Ti y también a los hombres.

Tu dedo sabio y hermoso, omnipotente y compasivo
pulse graciosamente una cuerda de mi lira;
y los corazones humanos, como débiles arbustos, se conmoverán.

A Gregorio y a Cecilia los santificaste;
en humildad y pureza te sirvieron hermosamente.

Inspiración incomparable diste a los creadores de las melodías tradicionales de tu Iglesia; ellos amaron permanecer ignorados.

Palestrina, Lassus y Victoria nos dejaron obras inmortales;
porque Tú les mostraste la grandiosa belleza de la liturgia
y el irresistible poder emotivo de la voz humana.

Con el doble signo de la profundidad en el saber y de la sublimidad en el sentir,
predestinaste a Juan Sebastián Bach y le diste un corazón piadoso
para salvarlo de la 'condenación' de su pueblo.

A Haydn otorgaste el cantar alegre y confiado de los pajarillos;
y a Mozart el cristalino murmurar de los arroyuelos.

Con su propio dolor forjaste el genio de Beethoven dándole, en revelación,
el tesoro de la tragedia que llevamos dentro de nosotros.

A Frank, el seráfico, lo hiciste fecundo en la ancianidad
y glorioso al tocar los umbrales de la muerte.

Dador de todo don perfecto, dame tus gracias en la medida que te plazca,
a Ti he descubierto el secreto de mi vida.

Señor, que mi canto seduzca el corazón del hombre,
para que mi voz te bendiga de generación en generación.

Yo sé que mi vanidad, como ave de rapiña, trata de robar tu gloria;
y Tú eres inmutable y a nadie la has cedido.

Pero tus designios no tienen tropiezos;
tu siervo es el tiempo y tu pensamiento la historia.

Agíteme vanamente por entre las sombras mientras viva,
cante al silencio y a la soledad, mientras tenga voz.

Pero apenas haya muerto, del polvo de mis huesos levántese mi canto como una nubecilla
que poco a poco crezca hasta envolver toda la tierra.

Reviva mi voz en mil gargantas
para glorificarte en el norte y en el sur, en la noche y en el día.

Con las vírgenes te cantaré apasionadamente;
con los pecadores gemiré confundido.

Con los niños subiré vacilante las gradas del altar
para levantar hasta Ti las pupilas nuevas y acariciarte ¡Padre!

Con los malvados se sacudirá mi corazón por la explosión del arrepentimiento
al escuchar, desde un rincón de tu templo,
las voces de tus sacerdotes y de tu pueblo.

¡Oh alegría de las alegrías!
Alabarte por siglos y siglos aun después de haber bajado al sepulcro.

En el último día de los tiempos ésta será mi última alabanza,
la obra maestra que no pude crear.

Señor, te doy gracias por haber vivido,
te doy gracias por haberte amado.


Miguel Bernal Jiménez