miércoles, 27 de agosto de 2008

"El Concierto de Ramallah"


El pasado 22 de agosto celebramos el 3er. Aniversario de un acontecimiento que, al parecer, no tuvo mayor trascendencia en el ámbito político y religioso y que, para muchos, ha pasado inadvertido. En esa fecha memorable del año 2005 Daniel Barenboim y la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente fundada por él mismo interpretaron un concierto en Ramallah, territorio de Palestina, con el fin de hacer un llamado a la paz en el territorio que, para varias confesiones monoteístas, es Tierra Santa. Tal vez éste no sea el espacio más apropiado para hablar sobre temas tan difíciles como son los conflictos en esa parte de nuestro mundo pero más que politizar el tema quisiera, desde mi trinchera monacal, hacer un llamado a todos los hombres “de buena voluntad” a sumarnos a éste y todos los esfuerzos que se hacen para lograr la paz y la armonía entre todos y en todos los lugares en que nos encontremos.

¿Qué es el Concierto de Ramallah? y ¿por qué fue, a mi parecer, un acontecimiento tan importante y trascendente? Tomemos el agua desde el pozo. Daniel Barenboim, conocido por todos nosotros, es un gran pianista y director de orquesta, israelí, que como acabo de decir fue el fundador de la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente junto con Edward Said, palestino y amigo entrañable del músico. La idea de esta fundación la concibieron estos dos artistas e intelectuales en 1998 con el objeto de combinar el estudio y el desarrollo musical con el conocimiento y la comprensión compartidos entre personas de culturas que, desde tiempos inmemoriales, han sido antagónicas y rivales: israelíes y árabes. Para muchos de nosotros es difícil comprender hasta el fondo la audacia de Barenboim y Said al llevar a cabo esta iniciativa tan temeraria porque en realidad no vivimos en carne propia esta difícil situación. Pero a mi parecer ellos nos dan un ejemplo sublime de amistad, de diálogo y convivencia aun a pesar de las tendencias políticas, religiosas y sociales. En realidad esta Fundación no es sólo un proyecto musical sino también un foro de diálogo y reflexión sobre el eterno problema entre Israel y Palestina. Barenboim y Said lograron agrupar jóvenes artistas en idéntico número de israelíes y árabes (aunque más tarde se les unieron un número considerable de igualmente jóvenes músicos andaluces) que supieron superar sus diferencias culturales políticas y religiosas y que además nos dan un excelente ejemplo de democracia y vida civilizada. Imaginemos israelíes y palestinos conviviendo juntos, desarrollando sus propias aptitudes musicales en un entorno pacífico..., es como haber alcanzado la realización de una utopía, ¿verdad? Aunque la música obviamente no resuelve el conflicto árabe-israelí, sin embargo desempeña el papel más importante del proyecto porque reúne a personas con diferencias muy marcadas y les permite conocerse entre sí, dialogar y ofrecer sus propios puntos de vista y sobre todo hablar todos un solo idioma: la música. Este lenguaje, lo repito, no va a resolver dichos conflictos militares pero sí nos ofrece la forma más universal que podemos tener en este mundo, al parecer tan caótico, para comunicarnos.

Barenboim y Said tuvieron que afrontar muchas dificultades para lograr que el proyecto pudiera realizarse. A pesar de todo, poco a poco lograron atraer la mirada (y los oídos) del mundo entero, sobre todo en Europa y en los países del mundo árabe. Su lugar de residencia está en Sevilla, España, donde cada verano Barenboim reúne su joven orquesta para llevar a cabo un plan bastante intenso de estudio, trabajo y presentaciones. Han recibido ya muchos premios y reconocimientos en todo el mundo. Desafortunadamente, en el año 2003 Edward Said murió, víctima de Leucemia. Suponemos que para Daniel Barenboim fue un duro golpe no sólo por la pérdida de su compañero en este difícil proyecto, sino por la separación del amigo más íntimo y uno de los puntos de referencia más importante de su vida. Sin embargo, y a pesar de todo, el proyecto siguió adelante. Los objetivos estaban claros y su camino bien definido: Barenboim no es un político (y siempre hace hincapié en esta cuestión: él dice que la política no le importa en lo más mínimo), pero tiene la certeza de que algo, aunque sea un poco, se puede conseguir por medio de la música: la humanidad y el reconocimiento del otro como ser humano con la misma dignidad y los mismos derechos. Nada más cercano al Evangelio cristiano que esta actitud llena de una sabiduría poco común en los hombres de nuestro tiempo…

Después de innumerables conciertos en diferentes partes del mundo, Daniel Barenboim concibió la idea de presentar un concierto en Ramallah, una ciudad palestina ubicada en la margen izquierda del río Jordán, junto a Gaza. Esta controvertida ciudad fue fundada en 1948 y ha sufrido continuamente los ataques y las represiones de los israelíes. Es muy duro reconocer que poco o casi nada saben los israelíes de los palestinos y viceversa pero los mismos músicos, al llegar a la Orquesta del Diván se dieron cuenta de que su legado cultural y muchas de sus cuestiones sociales no son tan diferentes como las suponían, sobre todo por su cercanía geográfica. La idea parecía descabellada e imposible. Podríamos decir que muchos de estos jóvenes músicos perdieron el sueño ante semejante propuesta: por un lado los israelíes nunca habían imaginado pisar territorio palestino y salir vivos de allí; por otro lado los palestinos temían el rechazo de las autoridades y del pueblo en general para la ejecución del concierto además de que cabía la posibilidad de algún atentado. Entre ellos se había logrado una armonía nunca antes vista. Llegar a conocer y convivir con un israelí era para un palestino, un sirio, un libanés, un egipcio, un árabe una experiencia insólita, increíble y jamás antes vista pero el amor a la música había hecho superar todas las barreras humanas construidas sobre la base de la ignorancia, la intolerancia y el egoísmo. Sin embargo la armonía se vivía prácticamente sólo entre ellos o por lo menos prevalecía el clima de respeto y aceptación. Era evidente que, entre esa armonía y respeto y la realización del concierto en un contexto bélico, se abría un abismo prácticamente infranqueable. Aun así Barenboim se dio a la tarea de hacer realidad este sueño… y lo logró. El gobierno español facilitó en gran medida los trámites para su ingreso en Cisjordania proporcionando a cada músico un pasaporte diplomático, por tener la orquesta su sede en Sevilla. El mismo Barenboim, refiriéndose a estas diligencias, afirmaba: “Créanme, la logística de este concierto merece que se escriba un libro sobre ella”. Hubo que dividir a la Orquesta en varios grupos y planear las escalas que cada grupo haría por la seguridad de cada uno. Está por demás decir que el reencuentro en Ramallah estuvo cargado de emoción y lágrimas. Tuvieron oportunidad de hacer un único ensayo, previo al concierto, eso sí, vigilado por tropas provistas con armas semiautomáticas aunque, entre los músicos la atmósfera era de relajación y entusiasmo. Tenemos el testimonio de uno de los músicos que se expresaba así al concluir el ensayo: “Es increíblemente emocionante estar aquí. Desde el primer momento la idea de la orquesta era tocar en los países árabes y espero que ahora desarrollará todo su potencial; y tengo la esperanza de que lleguemos a tocar en Israel. Hace falta un gran valor para que los israelíes vengan a Ramallah y vean finalmente la realidad de cómo viven los palestinos. Es un gesto muy poderoso y simbólico”.

El concierto se llevó a cabo en el Palacio Cultural de Ramallah; el programa: La sinfonía concertante de W. A. Mozart y la Quinta Sinfonía de L. v. Beethoven. La ovación en pie duró más de cinco minutos, sin contar los numerosos aplausos que vinieron después de cada una de las intervenciones por parte de las autoridades palestinas y del mismo Barenboim que, lleno de emoción, dijo: “nuestra creencia es que los destinos de estos dos pueblos, Israel y Palestina, están indisociablemente unidos… o nos matamos todos unos a otros o compartimos lo que hay que compartir. Éste es el mensaje que hemos venido a traer aquí.” Y tras estas palabras interpretaron Nimrod de las Variaciones Enigma de E. Elgar a modo de propina y como mensaje final de paz.

Terminado el concierto los músicos, sobre todo los israelíes tuvieron que dejar el lugar casi intempestivamente. Las autoridades les apremiaban para que lo antes posible salieran de territorio palestino por cuestiones de seguridad. No por eso dejaron a un lado las lágrimas y las profundas emociones. El sueño de todos era ahora una realidad: habían podido ofrecer un concierto en Palestina al mismo tiempo que expresaban por la música sus más hondas aspiraciones de hermandad y solidaridad.

A solo tres años de este acontecimiento, la situación bélica parece que no tiene fin. Sin embargo me pareció muy oportuno recordarlo en este espacio precisamente porque, a mi juicio, la música que es verdaderamente para la gloria de Dios, lo es también, como lenguaje universal, para el provecho y la edificación de todos nosotros, hermanos entre sí, sin ninguna distinción en cuanto a valor y dignidad. El mejor culto que se le puede dar a Dios, sea cual fuere la religión que profesemos, es la paz y la armonía entre todos y con todos, creyentes y no creyentes, y qué mejor forma para hacerlo que hablando todos el mismo lenguaje de amor, respeto y libertad que la música nos puede transmitir.

¿Podríamos imaginar algún evento análogo para nuestro querido país tan afectado por la fuerte ola violencia que lo aqueja? Parece otro sueño descabellado e imposible de hacer realidad pero no pierdo la fe ni la esperanza porque está visto que la música es la gran mensajera y portadora de todo aquello que nuestro espíritu tanto anhela…