miércoles, 31 de diciembre de 2008

Saint Hildegard von Bingen



Artículo publicado en http://www.clasicamexico.com/, el 10 de noviembre de 2008.

Saint Hildegard von Bingen:
“Mujer, médica, científica, pintora, música,
monja y mística del siglo XII”

Uno de los temas que me es indispensable abordar, por muchas razones, es la vida y obra de Saint Hildegard von Bingen, una excepcional mujer, monja de la Orden Benedictina que destacó en todas las ramas de la ciencia y del arte en una época bastante controvertida en cuanto al papel de la mujer en la sociedad y sobre todo en el ámbito eclesial. Es por eso que en esta ocasión haremos un muy breve recorrido de su vida, su contexto social y cultural, sus obras y sobre todo su legado en las diversas ramas del arte. En realidad me es muy difícil hablar de esta Monja alemana en unas pocas líneas pero vale la pena conocerla aunque sea de forma muy somera. Comencemos.

Hildegard von Bingen nació el año 1098 en el seno de una familia noble que vivía en el valle del río Rhin, en Bermersheim, Alemania. Por ser la décima y última hija, fue considerada como el diezmo para Dios por lo que a los catorce años fue entregada al monasterio de Disibodenberg que, a pesar de ser un monasterio masculino, acogió en un anexo, un grupo de mujeres bajo la dirección de Jutta de Sponheim. Con el tiempo este anexo se fue transformando en un pequeño monasterio por el creciente número de jóvenes que se les fueron agregando. Sería muy complejo redactar la instrucción, formación y el tipo de vida que tuvo Hildegard en aquellos primeros años pero básicamente se las instruía en el latín, Sagrada Escritura, Lectio Divina y algunos oficios propios de la mujer del siglo XII. Al parecer, desde muy niña Hildegard tuvo visiones que ella misma describía como “una gran luz en la que se presentan imágenes formas y colores y que además iban acompañados de una voz que explicaba lo que veía, y en algunos casos también escuchaba música”.

El año 1136 fue decisivo para la vida de la monja. Ese año murió Jutta y Hildegard, a pesar de su corta edad, fue elegida por las monjas como Abadesa, cargo que ejerció hasta su muerte. Desde 1141 los episodios de visiones fueron más frecuentes e intensos y es a partir de aquí que Hildegard comienza a escribir. Su primera obra se llama “Sci vías”, es decir “Conoce los caminos” (normalmente encontramos estas dos palabras latinas unidas entre sí: “Scivias”). Llama mucho la atención (sobre todo si tomamos en cuenta la mentalidad “machista” de la época) que Hildegard tomó como secretario y amanuense a un monje llamado Wolmar, además de una colaboradora llamada Ricardis de Stade. Como era de esperarse la Iglesia no tardó en tomar cartas en el asunto y en 1148 un comité de teólogos, a petición del Papa Eugenio III estudió y más tarde aprobó los textos de “Sci vías” y hasta el mismo Pontífice leería públicamente algunos trozos durante el Sínodo de Trier. Después de dicha aprobación envió una carta a Hildegard pidiéndole que continuara escribiendo sus visiones. A partir de este momento la Monja comienza una intensa actividad literaria además de mantener relaciones epistolares con múltiples personalidades tanto políticas como eclesiásticas. Todo un acontecimiento para la época. Su fama comenzó a extenderse hasta ser conocida como la “Sibila del Rhin”. La gente la buscaba para escuchar sus palabras llenas de sabiduría.

En el mismo año de 1148, después de una visión, Hildegard decide hacer la fundación de un nuevo monasterio en Rupertsberg para trasladar allí su numerosa comunidad. Esta decisión no agradó mucho a los monjes de Disibodenberg pero finalmente en 1150, tras un duro estira y afloja, logran emanciparse del monasterio masculino y trasladarse al nuevo recinto. Habiendo concluido “Sci vías”, Hildegard se dedicó de lleno a sus monjas pero también y sobretodo al estudio de la física, las matemáticas y la música, disciplinas que en ese tiempo estaban estrechamente asociadas. Así en 1158 pudo terminar una colección de cantos, expresamente compuestos para sus monjas, que tituló “Symphonia armoniae celestium revelationum”. Esta colección consta de setenta y ocho obras (hasta donde llegan por ahora las investigaciones y descubrimientos) distribuidas de la siguiente forma: 43 antífonas, 18 responsorios, 4 himnos, 7 secuencias, 2 sinfonías (aquéllas del s. XII), 1 aleluya, 1 kyrie, 1 pieza suelta y 1 oratorio que, aunque el oratorio surgió como tal en el siglo XVII, es fascinante ver cómo la Monja va a la vanguardia y hasta se adelanta a su época. Una obra que llama siempre la atención de músicos y musicólogos es su ‘Auto Sacramental’ musicalizado, llamado “Ordo Virtutum”, es decir, “El Orden de las virtudes”

La obra de Hildegard von Bingen es tan vasta que no podremos abarcarla toda en un solo artículo. Conformémonos, pues, con mencionar algunas de sus más grandes aportaciones en todos los campos:
- De sus obras religiosas destacan tres (de carácter teológico), que son “Sci vias”, “Liber Vital Meritorum” y el “Liber Divinorum Operum” que versa sobre cosmología, antropología y teodicea.
- De las obras de carácter científico sobresalen “Liber Simplicis Mediciane” o “Physica” que trata sobre las propiedad curativas de las plantas, el origen de las enfermedades y su tratamiento.
- Y una de sus obras más destacadas es “Lengua Ignota” que fue escrita en una lengua artificial, creada por ella misma, la primera en la historia.
Además, Hildegard no dejó de sorprender y admirar a sus contemporáneos al dedicar un tiempo bastante considerable a la predicación en iglesias y catedrales, cosa prohibida para la mujer hasta mediados del siglo pasado. ¡Admirable!...

También es sabido que esta Monja fue una gran sabia en el campo de la medicina. Su experiencia como Abadesa la había acercado lo suficiente a sus monjas como para poder estudiar las ciencias naturales, la anatomía y hasta la medicina psicosomática. Ella siempre buscaba establecer relaciones entre lo producido por la naturaleza y los seres humanos, cuyo equilibrio y salud le importaban en primer término. Sus aportaciones en este campo han llegado hasta nuestros días y una de sus obras “Causae et curae”, que podríamos traducir como “Las causas y las curaciones”, se ha publicado en algunos tratados de medicina.
Hildegard se adelanta, por así decirlo a la homeopatía, a las flores de Bach y a otras manifestaciones medicinales. No deja de causar gracia la ingenuidad de sus hipótesis y planteamientos, a la vez que sorprende la profundidad de sus observaciones e investigaciones. Les transcribo a continuación un párrafo tomado de algunos escritos de la monja:
“La nuez moscada tiene gran calor y un buen equilibrio en sus poderes. Si una persona come nuez moscada se le abre el corazón, purifica su percepción y mejora su ánimo. Toma nuez moscada, una cantidad equivalente en peso de canela y un poco de clavo de olor… Calmará así toda la amargura de tu corazón y del espíritu, se te abrirá el corazón y los sentidos embotados y se te alegrará el espíritu…”

Y no sólo las plantas centraban su atención investigadora. Los elementos de la naturaleza también ocuparon grandes espacios en sus escritos. Tenemos el siguiente ejemplo:
“El diamante es cálido. Nace de algunas montañas de la región del sur que son, por así decirlo, resinosas y como cristalinas, y por eso mismo surge cierta materia cristalina sólida y pura, como un corazón de gran fortaleza. Y porque es fuerte y dura, antes de crecer se separa de la montaña en la que se hallaba y así cae al agua en la forma y tamaño de un crisolito…”; “Hay algunos hombres que son maliciosos por su naturaleza… pongan un diamante en su boca; su poder es tal y tanta es su fuerza, que extinguirá la malignidad y el mal que hay en ellos. Pero también quien padece delirios o es mentiroso o bien iracundo, tenga siempre la piedra en su boca, porque gracias a su poder tales males se alejarán de él… (convendría probar este método con algunos personajes de nuestro tiempo, ¿verdad?). Y quien está afectado por la parálisis o tiene apoplejía… ponga el diamante en agua o en vino durante todo un día y después beba dicho líquido…” ¡Verdaderamente encantador!
Se sabe que Hildegard también fue pintora, aunque muchos de sus obras fueron sólo bosquejadas por ella y concluidas por alguno de sus colaboradores. Aún así no dejan de perder originalidad. Todas se refieren a las visiones que ella tenía que, sin perder el conocimiento y ninguna de sus facultades, las iba narrando a su secretario, al tiempo que ella hacía algunos trazos. Son pinturas al parecer raras, pero que, para poderlas entender, hay que conocer el contexto de las mismas y leer las narraciones y explicaciones que dejó escritas con respecto a ellas, además que se necesita un conocimiento amplio de la Sagrada Escritura.

Otro aspecto importante de la vida de St. Hildegard von Bingen es su correspondencia. Ésta es copiosa y desafortunadamente no está enteramente editada aún. Las cartas más famosas son las que intercambió con otra Abadesa, la de las Canonesas de Andernach. Me permito ampliar un poco este punto porque me parece importante para darse una idea de la mentalidad de St. Hildegard. La abadesa de las Canonesas había cuestionado el criterio de Hildegard en cuanto a admitir en el monasterio tan sólo a jóvenes de la nobleza o que fueran instruidas, y también el uso de determinadas vestimentas y joyas de sus monjas en ciertas ocasiones. La abadesa responde a las críticas, en una carta de la que a continuación extraigo algunas líneas:
“… ¿Y qué hombre reúne todo su ganado, es decir, bueyes, asnos, ovejas, cabras, en un solo establo, de manera tal que no contiendan entre sí? Por eso también debe haber discreción en esto, para que las diversas personas reunidas en un solo rebaño no se destruyan por la soberbia de la exaltación ni por la ignominia de la humillación…”
Y en cuanto a las galas y atavíos de las monjas, responde lo siguiente:
”Las vírgenes están unidas a la santidad en el Espíritu Santo y en la aurora de su virginidad… Por lo cual, al ver que su espíritu está consolidado en la urdimbre de su castidad, y considerando también Quién es Aquél a quien se ha unido,… es lícito, que la virgen lleve un vestido blanco, claro símbolo de sus desposorios con Cristo”; y además “Dios ama las obras que tienen su gusto en Él”.

En ése contexto, no deja de sorprender estas posturas que St. Hildegard, en sus cartas defiende a capa y espada, es decir, no admitir aspirantes ignorantes (considerando que ya entonces se decía: “Más vale entrar burro en el cielo que sabio al infierno”), y ataviarse de lujosas vestiduras en algunas solemnidades litúrgicas (pues podrían pecar gravemente de vanidad y lujuria), son muestras claras de su virilidad de carácter y de que el peso de su fama y sabiduría era bastante grande. Aun así, y como para callar las malas lenguas, en 1165 fundó el Monasterio de Eibingen, donde recibió a jóvenes de condición social inferior, “también ellas virginales esposas de Cristo, llamadas a transitar el camino de la perfección evangélica hacia la santidad de Dios”.

Podría extenderme más en otros muchos puntos de la vida de esta ilustre Monja. En 1178, poco antes de morir tuvo que enfrentar una última y dura batalla con las autoridades eclesiásticas por haber tenido el atrevimiento de enterrar a un noble que había muerto excomulgado (en aquellos tiempos enterrar a un excomulgado, hereje, agnóstico, etc. en terreno santo era doblemente condenable). Los prelados pusieron un interdicto al monasterio por el que se prohibía el uso de las campanas, los instrumentos y los cantos en la vida y liturgia de la comunidad. St. Hildegard se defendió enviando una importante carta donde recoge el significado teológico de la música. Por fin en 1179, después de una larga investigación, fue levantado el interdicto. A los pocos meses, el 17 de septiembre de ese mismo año murió Saint Hildegard von Bingen a los 81 años de edad. Cuentan las crónicas (en un tono que suena casi a leyenda) que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.

Entre los años 1180 y 1190 Theoderich, monje de Echternach escribió la “Vita” de Hildegard, recogiendo pasajes autobiográficos y testimonios de las monjas. Se introdujo la causa para su canonización en 1227 y por causas desconocidas nunca hubo tal proclamación. Sin embargo, hubo una canonización práctica al inscribirla en el Martirologio Romano y en 1940 (es decir, más de setecientos años después) se aprobó oficialmente su culto y celebración. Con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió a ella como “profetisa y santa” y hasta dicen que hay propuestas para nombrarla ‘Doctora de la Iglesia’, honor que sólo compartiría con otras tres grandes mujeres: Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Sena y Santa Teresa del Niño Jesús y que están a lado de una treintena de ‘hombres’, ilustres Doctores de la Iglesia.

Los espero en mi siguiente publicación.