domingo, 27 de julio de 2008

".. que mi canto seduzca el corazón del hombre..."

Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), músico y compositor mexicano del periodo nacionalista, fue un gran maestro de la "Música Sacra", doctorado en Roma en Órgano, Composición y Canto Gregoriano, buen conocedor de la liturgia católica de su tiempo y un virtuoso en su instrumento (el órgano).
Sin embargo, Miguel Bernal también fue poeta, gran amante de las artes y una persona con un exquisito y fino sentido del humor, hombre hogareño y apasionadamente enamorado de su esposa María Cristina. Entre sus muchos escritos hay uno que me es muy grato porque nos recorre un poco el velo de su intimidad y nos revela la intensidad de su oración. Este “Salmo” lo encontramos publicado en un cuadernillo de villancicos navideños publicados postmortem, en 1995, por su esposa Ma. Cristina:
"Salmo"

Señor, he nacido para cantar tus alabanzas
o he vivido en tu casa como un jilguerillo.

Dejaste caer en mi alma un destello de tu hermosura
y me hiciste artista para que viviese enamorado de Ti.

Por aleluyas de consolación y por misereres de abandono,
por las nieves excelsas de tus dones y por los asfixiantes lodos de mis culpas.

Por doquiera te escucho y te persigo amada Voz de la Belleza increada.

Y voy en pos de Ti como un eco lejano y torpe, dulce y obediente.

En mi pecho arde un secreto anhelo, Señor,
que mi canto sea agradable a Ti y también a los hombres.

Tu dedo sabio y hermoso, omnipotente y compasivo
pulse graciosamente una cuerda de mi lira;
y los corazones humanos, como débiles arbustos, se conmoverán.

A Gregorio y a Cecilia los santificaste;
en humildad y pureza te sirvieron hermosamente.

Inspiración incomparable diste a los creadores de las melodías tradicionales de tu Iglesia; ellos amaron permanecer ignorados.

Palestrina, Lassus y Victoria nos dejaron obras inmortales;
porque Tú les mostraste la grandiosa belleza de la liturgia
y el irresistible poder emotivo de la voz humana.

Con el doble signo de la profundidad en el saber y de la sublimidad en el sentir,
predestinaste a Juan Sebastián Bach y le diste un corazón piadoso
para salvarlo de la 'condenación' de su pueblo.

A Haydn otorgaste el cantar alegre y confiado de los pajarillos;
y a Mozart el cristalino murmurar de los arroyuelos.

Con su propio dolor forjaste el genio de Beethoven dándole, en revelación,
el tesoro de la tragedia que llevamos dentro de nosotros.

A Frank, el seráfico, lo hiciste fecundo en la ancianidad
y glorioso al tocar los umbrales de la muerte.

Dador de todo don perfecto, dame tus gracias en la medida que te plazca,
a Ti he descubierto el secreto de mi vida.

Señor, que mi canto seduzca el corazón del hombre,
para que mi voz te bendiga de generación en generación.

Yo sé que mi vanidad, como ave de rapiña, trata de robar tu gloria;
y Tú eres inmutable y a nadie la has cedido.

Pero tus designios no tienen tropiezos;
tu siervo es el tiempo y tu pensamiento la historia.

Agíteme vanamente por entre las sombras mientras viva,
cante al silencio y a la soledad, mientras tenga voz.

Pero apenas haya muerto, del polvo de mis huesos levántese mi canto como una nubecilla
que poco a poco crezca hasta envolver toda la tierra.

Reviva mi voz en mil gargantas
para glorificarte en el norte y en el sur, en la noche y en el día.

Con las vírgenes te cantaré apasionadamente;
con los pecadores gemiré confundido.

Con los niños subiré vacilante las gradas del altar
para levantar hasta Ti las pupilas nuevas y acariciarte ¡Padre!

Con los malvados se sacudirá mi corazón por la explosión del arrepentimiento
al escuchar, desde un rincón de tu templo,
las voces de tus sacerdotes y de tu pueblo.

¡Oh alegría de las alegrías!
Alabarte por siglos y siglos aun después de haber bajado al sepulcro.

En el último día de los tiempos ésta será mi última alabanza,
la obra maestra que no pude crear.

Señor, te doy gracias por haber vivido,
te doy gracias por haberte amado.


Miguel Bernal Jiménez