martes, 31 de marzo de 2009

Sor Juana Inés de la Cruz (Parte III, Final)

En general, los villancicos que Sor Juana componía solían cantarse en las festividades para las cuales fueron compuestos, ya sea en la Catedral Metropolitana, en la Catedral de Puebla o en la de Oaxaca. Es por eso que, a mi juicio, la monja seguro dominaba las notaciones y los patrones rítmicos predominantes en la época (pies rítmicos como binarios y ternarios, así como longas, breves, semibreves, o la semitonía subintellécta, etc.), para poder facilitar a los músicos el trabajo de composición de las melodías.

Podría extenderme mencionando muchos ejemplos más pero estos y los que he citado anteriormente me parecen suficientes para comprender, aunque sea muy superficialmente, la genialidad de la monja en lo que a la música se refiere. Nadie sabe a ciencia cierta si Sor Juana Inés ejecutaba algún instrumento, probablemente sí. Lo que es cierto es que en su celda había varios instrumentos musicales, raros y comunes, que ella utilizaba tanto para estudiar como para experimentar: sonidos, efectos acústicos, relaciones matemáticas, nuevas armonías, etcétera, poniendo en práctica todos los principios de Pitágoras. Además es sabido que ella solía preparar las tertulias que tenían lugar en el locutorio del Monasterio para agasajar a los Virreyes o a los confesores. Estas reuniones se caracterizaban por su mesa bien servida y por la música que se tocaba y las representaciones teatrales que hacían las mismas monjas junto con las niñas que se educaban entre ellas. Desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días, este tipo de festejos para las Abadesas o para los grandes eclesiásticos han sido de común tradición en todas las Órdenes religiosas. Yo misma los organizo en mi propia comunidad: Conciertos musicales, a veces intercalados con alguna obra de teatro, poesías, danzas, etc.

En plena madurez literaria, Sor Juana, alentada por el Obispo de Puebla criticó un sermón del P. Vieyra, un jesuita de gran peso doctrinal, que lo había predicado años antes. La monja lo impugnó sosteniendo lo relativo a los límites entre lo humano y lo divino, entre el amor de Dios y el de los hombres. Esto sólo fue la gota que derramó el agua de un vaso que desde hacía tiempo estaba colmado: tanto los confesores como el Arzobispo no querían que Sor Juana siguiera dedicándose a las letras y la conminaron a dejar de escribir y dedicarse a su vida monacal. Méndez Plancarte dice que Sor Juana obedeció y se entregó de lleno a la disciplina religiosa y a su comunidad. Octavio Paz asegura que, aunque ya no escribía para la corte ni para las Iglesias Catedrales, ella seguía escribiendo en su celda. La prueba la tiene que al morir ella fueron encontrados algunos romances entre los pocos papeles que todavía tenía entre sus cosas. No lo sabemos con certeza. Pero quisiera concluir con unos versos de Sor Juana Inés que están tomados del Villancico XI de la fiesta de Santa Catarina de Alejandría, 1691 y que claramente se ve reflejado su pensamiento y su sentir en cuanto al saber y a las letras se refiere:

Érase una niña,

cómo digo a usté,

cuyos años eran

ocho sobre diez…

Ésta (qué sé yo

cómo pudo ser),

dizque supo mucho

aunque era mujer…

Porque, como dizque

dice no sé quién,

ellas sólo saben

hilar y coser…

Y aun una Santita

dizque era también

sin que le estorbase

para ello el saber…


Sor Juana Inés de la Cruz murió el 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia que diezmó a la Ciudad de México. Dos años antes había malbaratado su vasta biblioteca, junto con todos sus instrumentos musicales y sus artefactos de estudio y experimentación y entregó el dinero al Arzobispo Francisco Aguiar y Seijas para que lo repartiera entre los pobres. No había cumplido los 47 años y sin embargo nos legó una obra inmensa e invaluable que será muy difícil abarcarla o agotarla.

Los espero en la siguiente aventura sacro musical.

(Todas las obras citadas en este artículo están tomadas de: Sor Juana Inés de la Cruz, Obras Completas, editorial Porrúa.)

“No soy yo la que pensáis,

sino es que allá me habéis dado

otro ser en vuestras plumas

y otro aliento en vuestros labios…”

(Sor Juana Inés de la Cruz)

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